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 El reino que ha terminado

 


Adela Fryd
Miembro de la Escuela de Orientación lacaniana (Argentina)

Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
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afryd@fibertel.com. ar

 

Resumen

No hay acceso al Sujeto freudiano que no implique al padre como función clave, tanto por su presencia como por su ausencia. La inmersión del niño, o el adolescente en los semblantes se problematiza y dificulta cuando no hay quien lo sostenga, y presente la apariencia como semblante del Otro, de ese Otro destituido, desdibujado; en los casos más serios, como veremos, se llega a que no haya un pasaje por el Otro materno, que es lo que conocemos como caída de los semblantes paternos y pérdida de los referentes de los significantes Amos. Al no intervenir la mediación paterna, en el mejor de los casos, la situación se manifiesta sobre un fondo de angustia; otras veces, encontramos síntomas que no hablan, como las toxicomanías, las anorexias, las bulimias, los llamados estragos maternos.  

 

 

El reino del Nombre del Padre corresponde en el psicoanálisis a la época freudiana.

No hay acceso al sujeto freudiano que no implique al padre como función clave, tanto por su presencia como por su ausencia.

Cuando Lacan presenta la pluralización del Nombre del Padre, no solo lo pluraliza sino que lo pulveriza mediante el equívoco: Les noms du père y Les non dupes errent (los desengañados se engañan), que consagran la inexistencia del Otro inaugurando la época de los desengañados, de modo que se sabe, de manera implícita o explícita, que el Otro es solo un semblante.

La inmersión del niño, o el adolescente en los semblantes se problematiza y dificulta cuando no hay quien lo sostenga, y presente la apariencia como semblante del Otro, de ese Otro destituido, desdibujado; en los casos más serios, como veremos, se llega a que no haya un pasaje por el Otro materno, que es lo que conocemos como caída de los semblantes paternos y pérdida de los referentes de los significantes Amos. Al no intervenir la mediación paterna, en el mejor de los casos, la situación se manifiesta sobre un fondo de angustia; otras veces, encontramos síntomas que no hablan, como las toxicomanías, las anorexias, las bulimias, los llamados estragos maternos.

Podemos prescindir del Nombre del-Padre sólo con la condición de servirnos del Nombre del Padre como real, es decir, servirnos de él como semblante.

Ahora bien, si la clínica contemporánea no entregó fantasmas nuevos, sí señala algo nuevo en el síntoma. En estas nuevas manifestaciones sintomáticas, la hipótesis puede ser la transformación de la cuestión paterna en nuestra cultura.

Como resultado de los conceptos freudianos que tomó Lacan como primeros abordajes para la constitución de un síntoma en un niño, el Nombre del Padre, que pertenece al orden simbólico, permite que el Padre y la ley paterna puedan servir para fabricar un síntoma. Cuando falla la operación de la función paterna, el síntoma funciona como separador, como muestra el caso freudiano del pequeño Hans. Estos desarrollos freudianos que tomó Lacan y resultan impecables para ciertos casos, no funcionan como ordenadores para otros en los que muestran su límite, con la aparición de gran número de excepciones que impulsaron el pensamiento posterior de Lacan, y nos permiten pensar que el síntoma como envoltura del Nombre del Padre, no es más que una modalidad particular del síntoma.

Es mi interés plantear una clínica que nos cuestiona los niños feminizados. En la actualidad, nos llama la atención la consulta por niños que prefieren jugar con Barbies o con Floricienta y vestirse de mujer.

En estos casos, lo femenino queda reducido a la mera imagen, puesto que no se trata para ellos de una posición sexuada como respuesta al desarreglo de la diferencia sexual, sino de la exaltación de la imagen de lo femenino y sus consecuencias en el Lazo.

El único principio que podemos afirmar categóricamente, porque está clínicamente corroborado, es que aferrarse a la madre es patógeno y que el sujeto Niño a veces busca salir.

La noción del síntoma en su apertura y la forma singular que va tomando en los distintos desarrollos comprobados en la clínica permite pensar que el Nombre del Padre ya no es el único vector posible de la transmisión padres – niños por identificación primordial con el padre.

Evidentemente, esta teoría sobrepasa nuestra manera de encarar las estructuras clínicas en el psicoanálisis (neurosis-psicosis-perversión) ya que propone una nueva aproximación a esa clínica, que nos permitimos llamar enfermedades del Lazo. El psicoanálisis con un niño plantea ciertos problemas particulares.

¿Por qué el psicoanalista no podría arreglarse con la especificidad de la niñez, manteniendo intacta la posición a partir de la cual puede hacer el ofrecimiento de una verdadera escucha psicoanalítica? La orientación ofrecida por Lacan también nos guiará en la orientación del psicoanálisis cuando este concierne a los niños.

Hay una posición estructural de la infancia. En principio, el niño es fundamentalmente un objeto que divide a la madre, lo que significa que la posición de objeto que divide al Otro le resulta bastante natural; Freud había reparado ya en esta disposición y la designaba como disposición perversa polimorfa. Es así como este lugar de objeto resulta ser una herramienta conceptual que puede dar cuenta de numerosas situaciones clínicas de la infancia.

El niño perverso polimorfo que encontramos bajo los rasgos de lo que llamamos niño terrible es aquel que se mantiene en la posición de objeto que divide a la madre, o más generalmente al Otro, porque puede ocupar perfectamente todos los lugares en la estructura que desplegamos. Es el niño que no ha realizado la elección que le dará el estatus de sujeto dividido por su objeto. Sabemos que en este niño, al que se ha llamado Niño Síntoma, la dirección de la cura apunta a desplazarlo de ese lugar de síntoma para lograr conducirlo a ser aquel que tiene su síntoma.

En la perspectiva que tomaremos con estos casos, y en este caso en particular, podemos comprobar que es cierto que estos niños ocupan una posición de objeto en relación con la madre, ocupando un lugar en el fantasma materno. Se trata del tipo de dramática que permite trabajar para despejar, para aislar al síntoma, lo que permite una dirección en la cura, tomando al síntoma por reducción de la multiplicidad de síntomas y no por construcción, o sea, aislando ese mínimo que permite hacer consistente la realidad.

La feminización de los niños que acabamos de mencionar nos enfrenta a nuevos interrogantes. No estamos ya frente a una derivación femenina del complejo de Edipo como en el caso del pequeño Hans, no se trata del debilitamiento del padre: por el contrario, en estos casos se trata de la pérdida de referencia fálica, de un goce mal amarrado al falo y de la consagración a la imagen de lo femenino. Lo femenino es tratado aquí como una pura apariencia, una cáscara deshabitada y despojada del soporte del cuerpo pulsional.

Si pensamos estos casos con la lógica del Nombre del Padre, al no estar en correlación con el falo quedarían automáticamente incluidos del lado de la psicosis. Sin embargo, al tratarse de una clínica que aún no podemos clasificar, aplazamos el diagnóstico para dejarnos guiar por ellos dentro de la variedad de su riqueza.

Esta temática permite pensar cómo ciertas intrusiones sintomáticas son paradigmáticas en el sentido de mostrar cómo ser aquello que provoque una división subjetiva en la familia; el hecho de aislarlo como síntoma y ponerlo al trabajo analítico permite la separación de la madre. En este caso, es interesante señalar cómo el síntoma puede tener sus raíces en la lengua materna.

Consultan por M., un varón de apenas tres años, que tiene cuatro hermanos. Desde muy niño se hacía notar por sus rabietas, por su constante contrariedad, que lo convertía en el centro de la escena. Cualquier frustración podía originar una rabieta imparable.

En la mesa familiar, debía sentarse al lado de la madre; como sus reclamos son imposibles de satisfacer, aparece el padre que lo encierra en el baño; esta es la única regla en la que el padre es escuchado, porque si bien juega y logra hablar y tener presencia con sus otros hijos, no sucede lo mismo con M., que no le permite ninguna participación.

Si bien estos síntomas han interferido desde muy temprano en el seno del núcleo familiar y en el núcleo ampliado, donde para todos, abuelos, tíos, primos, M. es inaprensible y resulta insoportable para estar con él. En el jardín al que asiste no suele tener rabietas, pero no establece ningún lazo con los otros.

Sin embargo, el síntoma que realmente provoca angustia y motiva la consulta, el que he denominado “intrusión sintomática”, un síntoma cuchilla para el Otro, es su insistencia en manifestar que él es una nena: “Sí, sí, soy una nena”. Muestra debilidad por jugar con las Barbies, suele llevarse a la cama diez muñecas, y todos sus juegos son hablando e imitando a los personajes femeninos de la Sirenita. Sus preguntas son casi automáticas, reiteradas, repetitivas y sin esperar respuesta. Se trata de un juego de certezas: “¿La bruja tal es mala?”, pregunta, y responde inmediatamente: “Es mala”.

M. reconoce y recuerda a todos los personajes de la Sirenita, siendo sus preferidas las brujas. Su discurso es un monólogo, donde no hay ningún lugar para la palabra del Otro.

Sin embargo, lo que quiero señalar es que cuando está en presencia de su madre, o también con su padre (esto ha sucedido en las entrevistas y es lo que relatan sus padres) cuando hablan de estos temas, M. les pide que le regales exclusivamente Barbies, insiste solo sobre ciertas películas, pero su manera de enunciar estos pedidos es provocativa, lo que se pudo escuchar desde el inicio.

En las entrevistas se repite: -“Adela, ¿Acá vive tu hermana?” - No- “Sí, acá vive tu hermana”. “¿Qué color son estas carpetas?” – Rosa. –“Sí son rosa, todos usan rosa”.

En la primera entrevista a la que asiste con la madre, M. agarra las barbies y el muñeco varón, y comienza a insistir que ambos son mujeres. Hará un exhaustivo interrogatorio sin esperar respuestas por el color de disfraz de cada uno de sus hermanos en una fiesta.

La entrevista se centrará alrededor de esta temática, pero si bien lo pregnante es lo femenino, no son preguntas por la diferencia alrededor de lo fálico, tampoco por el lugar fálico que otro hermano ocupa en el deseo de la Madre. Aquí, se trata claramente de una identificación por lo imaginario, lo que desde el principio me plantea la hipótesis de que la pregnancia de lo femenino se debe al valor supuesto por lo femenino en la madre.

Las sesiones recorren las brujas de los cuentos, pero ya al principio M. arma un personaje que tiene que matar a la bruja: es el hada Blanqui (único nombre que no toma de los cuentos que relata); repite sin cesar este nombre que traído e imaginado por él. Le repito muy enfáticamente “Blanqui es un nombre para vos, no es de los cuentos”, y me dice que Blanqui lo cuida.

Blanqui, relatará la madre, era quien la cuidaba a ella de niña y luego cuidó a sus niños. En el tratamiento, M. se traslada por todo el consultorio; nombrando cualquier figura, dice que todas son mujeres, aún cuando las figuras sean masculinas. Solo ciertas preguntas o situaciones lo detienen. Encuentra una foto y me pregunta “¿Es tu hija?”. Allí se detiene, le digo que sí. De ahí en adelante, frecuentemente me preguntará si tengo esa foto, luego preguntará su nombre. Cuando lo hago esperar me pregunta “¿Dónde estabas?”.

Sus sesiones, hasta ese momento, consistían en relatar como un memorioso las películas de la Sirenita que solía ver. Durante las primeras entrevistas, en presencia de su madre, empieza a tomar las Barbies y los personajes masculinos, diciendo con cierta ironía: “Son todas mujeres, sí, sí”. Su madre queda consternada. Se acusa de que al poco tiempo del nacimiento de M. nacieron dos hermanos varones, ella estuvo internada mucho tiempo con uno de los bebés. M. decía que él era nena, y ella se sentía tan culpable que le seguía el juego.

Pienso que este caso me permite trabajar el desarrollo anterior, aislar la insistencia de lo femenino y darle un tratamiento de síntoma, es decir, pensar cuándo el síntoma puede tener raíces en la lengua materna. El niño que aprende a hablar queda marcado a la vez por las palabras y el goce de su madre. Resulta un aferramiento a la demanda, al deseo y al goce de ésta “la ley de la madre de la cual debe separarse”, la exaltación de lo femenino funciona como un síntoma cuchilla. Seguir esta pista en el trabajo analítico lo transformó en un síntoma reparador, lo que a la vez le permitirá comenzar un nuevo lazo con el Otro.

Una noche recibo un llamado. M. tuvo un ataque porque su hermana mayor no quiso bañarse más con él. Gritaba: “¿porqué S. podía tener Barbies?”, “¡Llámenla a Adela!”. Cuando respondo a su llamado, M., ya calmado me dice: “¿Vos me llamaste?”. Le cuento que su madre me dijo que él pidió que me llamaran y que su mamá respondió a su pedido.

Comienza otro período en su tratamiento. Por primera vez un juego: esconder una Barbie, que yo tengo que encontrar.

Un segundo momento en la cura es fundamental: aparece otro personaje que reemplaza a la Sirenita y que acapara su interés. Se trata de hablar de Floricienta. Me pregunta si la conozco, le digo que sí y que la había visto en el shopping. Insiste en que él me había preguntado si la conocía, le repito que la había visto. Queda impactado y comienza a preguntarme: “¿Con quién estaba? ¿Qué hacia?”. Este fue un movimiento que logró sorprendernos a ambos, en el cual, por primera vez, un personaje adquiere vida tomando estructura de ficción.

M. comienza a interrogar a su madre, lo que comienza a ser la construcción de la neurosis infantil. Le pregunta sobre el lugar que ocupa en el Otro. “Cuando yo era bebito y lloraba, ¿vos venías pronto?” “Si perdía un juguete, ¿lo buscabas?” A partir de aquí, se produce en M. un cambio radical: en la escuela comienza la relación con sus pares y el aprendizaje se introduce como juego en las sesiones. Comienza a interrogar a su padre por las religiones, temas relacionados con la diferencia entre niños pobres y niños ricos. Quise introducirme en una orientación que me permitiera privilegiar el síntoma como forma de anudamiento, y esta clínica que anula la supremacía consentida a lo simbólico permite el abordaje de la construcción de un síntoma en un niño, que hace el corazón mismo del sujeto.

Y aparece un nuevo síntoma (llamativo en un niño que desde los dos años se vestía solo y era exageradamente autónomo): miedo a irse a dormir; tiene que llamar a su padre para que lo acompañe con cuentos.

 

Si trato la feminización como síntoma, no nos orientamos ni por la significación, ni por las identificaciones, ni por los semblantes de la modernidad, sino que por el contrario, al modo del artesano, apuntamos al tratamiento mismo de lo real del síntoma en su pulido, para poder abordar las llamadas enfermedades del lazo. Así como el caso del pequeño Hans nos enseña que el síntoma aparece allí donde falló el significante del Nombre del Padre, escuchar estas intrusiones sintomáticas, darles la posibilidad que se constituya en síntoma, intrusiones que encuentran sus raíces en la lengua materna, ligadas al goce materno y el goce femenino, me permiten pensar que los últimos desarrollos lacanianos con este privilegio en el síntoma ya no puede ser descifrado, sino como lo verdaderamente singular, lo que puede hacer un sujeto, lo más propio que la construcción del síntoma que hace al corazón del sujeto. Sin querer decir que haya que reemplazar el paradigma fálico del Nombre del Padre por el nuevo paradigma del síntoma, la clínica borromea nos enseña que también en la clínica con un niño aislar un síntoma permite ver que el anudamiento puede existir para cada uno, y que su existencia debe ser mostrada en cada caso de manera singular. Puedo decir que este niño me ha enseñado que fue la feminización lo que comenzó el tratamiento y produjo un nuevo lazo entre el goce (real), el lenguaje, el significante, el diálogo (simbólico), el cuerpo, el sentido, las imágenes (imaginario) y permitió establecer un lazo con el Otro.

Revisión: Mirta Zbrun

 

Bibliografía

Aubry. J. Dos notas sobre el niño. In: Lacan, J. Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1993, p. 55

BERKOFF, Mirta et al. Feminización de la vestidura imaginaria a la estructura de ficción

MILLER, Jacques-Alain. El Otro que no existe y sus comités de ética. (1996-97). Buenos Aires: Paidós, 2005.

Morel, G. Sexe Genre et Identite.

LACAN, Jacques. Joyce, el Síntoma. In: Otros Escritos.

Lacan, Jacques. Seminário XXII: RSI (1974-1975). Inédito.